En toda evolución se llega a un punto que destaca a veces de una manera sobresaliente, que marca en definitiva un antes y un después en un determinado ámbito. La industria del videojuego ha pasado ya por varios de ellos y lo seguirá haciendo, si bien por regla general el usuario no es, en dicho momento, plenamente consciente del cambio que se está produciendo. Haced la prueba quienes vivisteis el paso del cartucho al disco o de las 2D a las 3D y os daréis cuenta de que, por entonces, muchos simplemente recibimos la novedad y la abrazamos sin pensar en lo que supondría no ya solo para nosotros sino para la propia industria y su futuro. Incluso la llegada de Internet al mundillo no fue en un principio nada especial (al menos para mí) aunque luego, con el tiempo, se haya visto que ha modificado los hábitos y la forma de relacionarse de la gente.
Los propios videojuegos, como experiencias interactivas que son, creo que influyen en el usuario de una forma mucho más directa e inmediata que cualquier cambio tecnológico. No son pocos los que se han convertido en clásicos pero sí los que trascienden y llegan a cambiar la vida de quienes los juegan. En mi caso hubo más de uno pero quizá el que más profundamente caló en mí y me hizo ver las cosas de otra forma fue sin duda Shenmue. Ha llegado el momento de contaros por qué es tan especial para mí y para muchas otras personas que han sentido algo muy parecido a lo que yo experimenté al vivir la aún inconclusa odisea de Ryo Hazuki.
La obra cumbre de Yu Suzuki supuso ya de entrada un salto enorme en comparación a lo que habíamos visto hasta ese momento. Por vez primera estábamos en un mundo vivo, con una enorme variedad de personajes y elementos con los que interactuar y donde era posible disfrutar de numerosas actividades secundarias que permitían desconectar temporalmente de la trama principal. Su apartado técnico era igualmente impresionante y mostraba una obsesión casi enfermiza por los detalles pero, por encima de todo, lo más importante es que Shenmue era y es un juego con alma y esencia propias, la misma que destila cada uno de sus principales actores y que han convertido al juego en la leyenda viva que es hoy.
Y es también un viaje de transformación que, conforme avanzamos en nuestra búsqueda de venganza y vamos adquiriendo experiencias y conocimiento, hace crecer tanto al propio protagonista como a uno mismo. Aprenderemos lo que significan la lealtad, el respeto, y se nos inculcarán otras virtudes como la paciencia, el tesón y el sacrificio que hemos de realizar para lograr un objetivo. Todo ello de una forma como, estoy seguro, pocas veces se ha visto dentro de un videojuego. Por otro lado, en Shenmue el comportamiento de todos los personajes está, a diferencia de lo que se suele hacer en la actualidad, muy bien definido. Ryo, Nozomi, Lan Di, Guizhang, Joy, Wong, Xiuying, Fangmei, Ren, Shenhua y tantos otros son como son, sin ambigüedades ni medias tintas. Y no hay lenguaje soez, ni violencia gratuita, ni sangre. Yu Suzuki demostró que se puede contar una gran historia sin tener que recurrir a ninguno de estos ingredientes y lo hizo hace casi dos décadas. Es una lástima que, al menos en lo que se refiere a títulos de este calibre, no cundiera el ejemplo aunque eso es también lo que convierte a Shenmue en algo único.
Pero Shenmue es mucho más que la aventura de un joven que ansía venganza. Es, como dije y hasta cierto punto, libertad de acción. Todo aquello que podíamos hacer al margen de la trama principal estaba perfectamente integrado y resultaba agradable poder desconectar durante un rato ya fuera jugando a los dardos, a las máquinas de QTE (Quick Time Event) y a algunos clásicos arcade de Sega, yendo a comprar algunos artículos a la tienda o incluso adquiriendo figuras de colección o una bebida en las respectivas máquinas situadas para tal propósito en diferentes puntos de cada zona. Y si nada de ello nos apetecía, siempre podíamos buscar un lugar tranquilo en el cual entrenar nuestras habilidades en el combate o, simplemente, recorrer pausadamente cada uno de los escenarios y dejar pasar el tiempo.
He hablado de lo que es Shenmue en sí mismo como juego y aunque, como es costumbre en mí, he pasado un poco de puntillas por su apartado técnico, voy a detenerme en lo que es también una parte fundamental para comprender por qué este juego es tan especial: su música. Y es que Shenmue tiene la que, para mí al menos, es de las mejores bandas sonoras que he escuchado nunca en un videojuego. Todas las piezas encajan a la perfección en el contexto para el que fueron elegidas y, por muchas veces que las escuche, sigo estremeciéndome cuando lo vuelvo a hacer porque en su momento calaron muy hondo.
Por todo esto es por lo que Shenmue es tan especial para tantos de quienes lo han jugado. Marcó un hito en la historia del videojuego y fue ejemplo a seguir para muchos de los que vinieron después. Este mundillo le debe mucho a Yu Suzuki por todo lo que ha creado a lo largo de su carrera y que también, en ocasiones, fue algo que hasta ese momento no se había visto y aunque nombres como OutRun, Space Harrier, Hang On o Virtua Fighter han quedado grabados con letras de oro, no somos pocos los que le recordaremos sobre todo por haber sido el padre del que es, para mí y muchos otros, el mejor videojuego que se ha hecho jamás.