Como muchos de vosotros, los más veteranos, pasé muchas tardes en los salones recreativos, ya fuera a solas o en compañía de amigos, jugando a juegos arcade. Pero no creáis que jugué a una gran cantidad porque ya entonces tenía la costumbre de rejugar aquellos títulos que me gustaban, aunque los hubiera logrado terminar decenas de veces. En cada partida buscaba siempre hacerlo un poquito más rápido, o morir menos veces, y no era fácil hacerlo mejor que la vez anterior. Entre esos títulos a los que jugué y que todavía hoy sigo disfrutando se encuentra este Chelnov, también conocido como Atomic Runner, creado por la gran Data East en 1988.
Chelnov es un juego de disparos de avance continuo o, como se conoce en el argot, un run & gun en el que nuestro protagonista es un hombre que, tras recibir una alta dosis de radiación, descubre que es poseedor de una serie de habilidades y poderes que decide emplear contra un ejército de criaturas que han invadido el mundo. Nuestro objetivo no es otro que acabar con todos ellos a lo largo de siete niveles de dificultad creciente, en cuyo final nos encontraremos al clásico «boss» o jefe de nivel, a cuál más raro pero desafiante a la vez, especialmente en los últimos niveles.
Nuestro personaje tiene el poder de disparar rayos y otros elementos tales como anillos de fuego, círculos de estrellas cortantes, misiles autodirigidos o boomerangs con su mano, o bien golpear con una larga cadena con bolas de pinchos en su extremo. También puede dar grandes saltos, que aún serán mayores si nos hacemos con el item potenciador «J» que junto a los «UP» que aumentarán la fuerza, la velocidad y el alcance de cada una de las armas, conforman el conjunto de mejoras que podremos ir recogiendo en diversos puntos del escenario o al destruir a los enemigos que las lleven consigo.
Gráficamente, hay que decir que Chelnov tiene una de las paletas de color más insólitas que he visto nunca en un videojuego pero está muy bien aplicada para que cada objeto del escenario y los propios personajes destaquen sin mezclarse entre sí. Todos los niveles son diferentes a pesar de que comparten algunos elementos, como por ejemplo las antorchas y algunas plataformas. Tan solo dos, el tercero y el último, muestran la misma zona pero, como es obvio, con un recorrido distinto. Pero también al final de este nos aguarda una última sorpresa que, nuevamente, rompe con todo lo visto hasta ese momento en el juego.
Pero si hay algo que me gusta en cualquier juego es su ambientación y para ello hace falta una buena banda sonora. Chelnov la tiene, a pesar de que solo cuente con dos temas principales que se repiten en bucle a lo largo de cada nivel. Puede que ello agote a más de uno pero a mí desde que los escuché por vez primera, y ya han pasado muchos años de eso, me siguen encantando y no me cansan aunque, como suele decirse, en cuestión de gustos no hay nada escrito.
No quiero acabar este artículo sin antes mencionar un punto clave, relacionado con la jugabilidad, que he querido dejar para el final. Es algo sobre el propio concepto de Chelnov como juego, sobre cómo ha sido diseñado. Como ocurre en muchos otros juegos de la época, Chelnov morirá al primer impacto de un disparo enemigo o si choca contra este. Esto hará que continuemos en un punto próximo al lugar de los varios que hay dispersos de forma predefinida a lo largo de cada nivel. Lo malo es que lo haremos sin ninguno de los potenciadores que tuviéramos antes y ello, dependiendo del nivel y del punto en el que volvamos a ponernos en marcha, subirá la dificultad del juego de una manera bastante brusca. No debe pues extrañar que, a partir de ese momento, las vidas comiencen a caer una detrás de otra sin que sea posible avanzar, hecho que puede frustrar enormemente a los menos pacientes y habilidosos pero si sois capaces de ir memorizando la posición de cada enemigo para, de esta forma, anticiparos a ellos, partida a partida os resultará cada vez más fácil llegar al final y completar la aventura.
Chelnov (Atomic Runner) es un clásico, al menos para mí. Un título de esos que llegué a jugar tanto en su época que terminé por aprendérmelo de memoria aunque eso no impide que, a día de hoy, no me resulte sencillo acabarlo porque, como os dije, morir lo cambia todo y lo que podía ser casi un paseo se termina convirtiendo en una pesadilla. Si nunca lo habéis jugado y os gusta su estilo, os recomiendo que le deis una oportunidad. Quizá acabéis tan enganchados a él como lo sigo estando yo.