Qué buenos tiempos fueron los 80 y los 90, principalmente el periodo comprendido entre la segunda mitad de la primera década y la primera de la segunda. Pudimos en esos años disfrutar de una enorme cantidad de grandes juegos, muchos de los cuales se han convertido en clásicos atemporales que a día de hoy siguen siendo tremendamente divertidos y es precisamente eso, la diversión directa, lo que más echo de menos en las producciones actuales. No obstante pienso que, además de esto, algo más se ha perdido por el camino…
Me estoy refiriendo a ese espíritu, esencia, alma o como lo queramos llamar que sentíamos en los viejos arcades y que ahora yo al menos no logro encontrar en muchos juegos modernos. Pero aunque esto es extrapolable a otros géneros, hoy me quedaré con el de conducción por ser del que más ejemplos conozco, tanto de aquella época como de esta.
Había otros, algunos muy buenos pero, por mi ya reconocida afinidad con Sega, fueron sus creaciones las que más disfruté. OutRun y el posterior OutRunners, Virtua Racing, Daytona USA, Sega Rally, Scud Race y otros tantos que tuve ocasión de jugar, ya fuera en máquina arcade o en consola, tienen ese algo que a día de hoy no he logrado sentir con ninguna propuesta actual.
El último ejemplo de esto es Gravel, un juego de carreras «off-road» cuya demo pude probar hace unos días en la PlayStation 4. El juego en sí no está mal, se deja conducir y parece que dispone de una buena variedad de vehículos y pistas pero carece de ese espíritu que tenían los que he mencionado antes. Y lo mismo me sucede con pesos pesados del panorama actual como Driveclub, los Need for Speed o Forza Horizon, juegos que lucen muy bien pero que no brillan. No al menos como yo desearía que lo hiciesen…
¿Pero son los juegos o yo el que ha perdido eso que me enganchaba a un género que durante tantos años fue mi favorito y que me hacía volver a jugar una y otra vez? Creo que es difícil dar una respuesta breve pero, posiblemente, haya algo de ambos en ello. Es decir, ni los juegos son los que eran ni yo tampoco lo soy. No obstante no deja de ser curioso que, a pesar del tiempo transcurrido, sí que siga disfrutando y mucho de los viejos arcades de antaño. Ello me hace pensar que tal vez sean los juegos actuales los que, por mucho realismo gráfico y opciones que presenten, quedan lejos de lo que me dan otros con menos contenido pero que me aportan mucho más.
No estoy diciendo, ojo, que todo lo actual sea malo pero, insisto, falta algo. Claro que esto no deja de ser una percepción personal que no tenéis por qué compartir. Sin embargo, y aunque he pasado y paso buenos ratos con juegos de hoy (por «hoy» se entiende esta generación y la pasada), la conexión que establecí hace ya tanto tiempo con los de entonces sigue siendo tan intensa o más que el primer día que los vi y sentí su impacto.
A lo largo de nuestra vida hay muchas experiencias que son irrepetibles, que nos marcan. Da lo mismo su naturaleza, que sea algo que hemos visto, escuchado o vivido. En mi caso, como aficionado a los videojuegos, son algunos de estos los que dejaron una huella tan profunda en mí que nada que ha salido posteriormente la ha podido borrar. En consecuencia, y visto lo visto, creo que puedo hacer mías las palabras del gran Pablo Picasso cuando contempló, abrumado, las pinturas rupestres de una de las cuevas más famosas del mundo. «Después de Altamira, todo es decadencia«, dijo, y eso mismo es lo que yo siento en lo que se refiere a los juegos que han sido protagonistas en este artículo…
Por todo esto es por lo que me pregunto si ese espíritu, ya estuviera presente en aquellos juegos, en mí o en ambos, se habrá perdido, tal vez para siempre. Quiero pensar que no es así, que en algún momento aparecerá esa joya que uno espera que le lleve de vuelta, aunque sea de manera incompleta en el mejor de los casos, a vivir experiencias y sentir emociones similares a las que tuvo hace tantos, tantos años. Si finalmente llega, la abrazaré y juzgaré si está a la altura (quizá sí, quizá no, quién sabe), y si no lo hace, siempre me podré reencontrar una vez más con aquellos viejos juegos que, como los mejores amigos, sé muy bien que jamás me fallarán.