Si mis padres me hubieran visto jugar a esto…

Si mis padres me hubieran visto jugar a esto…

Viendo este titular, y una vez hayáis leído el texto, podréis contestaros a vosotros mismos o a los demás acerca de lo que habría sucedido. En mi caso probablemente no creo que hubiera pasado nada porque, obviamente, los juegos de entonces no podían representar lo que voy a exponer a continuación con el mismo realismo que se podría alcanzar a día de hoy y ello hacía que se vieran como algo inocente, sin la influencia que se les atribuye en la actualidad. Me estoy refiriendo a dos aspectos que forman parte del hombre desde que lo es y que han sido la temática principal de muchos juegos casi desde que existen: el sexo y la violencia…

Empezaré por el sexo o, más bien, por el contenido de connotación sexual de algunos videojuegos, ya que aquí no voy a exponer ningún material explícito. Eso forma parte de lo pornográfico, y en Internet hay abundancia de ejemplos por lo que, el que quiera buscar algo concreto de esto último, seguro que no tendrá dificultades para encontrarlo. Yo hablo de los juegos «picantes», de esos que solo mostraban a las chicas primero de un modo normal y luego con menos ropa e incluso desnudas. Un erotismo suave que estaba por aquellos años al alcance de todos, por muy niños que fuéramos.

Aunque habrá más, a la mente me vienen dos clásicos que reflejaban esto perfectamente: la saga Gals Panic y el no menos recordado Pocket Gal cuya imagen encabeza este artículo. En ambos el objetivo es el mismo: conseguir desnudar a la joven superando el reto que el juego nos ofrece. En su época pude jugar a ambos, si bien he de reconocer que nunca se me dio bien el primero, por lo que al final pasaba más tiempo mirando jugar a quienes sabían que haciendo lo propio. El de billar por lo contrario sí se me daba mejor, aunque llegar a la cuarta y última chica era todo un desafío.

Son juegos que, por suerte, a día de hoy podemos disfrutar plenamente gracias a la emulación. Pero hay otro del que quiero hablar también y que, en este caso, iba un poco más allá. Rozando el límite entre lo erótico y lo pornográfico, Poker Ladies era un juego que, como su nombre indica, nos invitaba a jugar al «poker» en busca de un interesante y suculento premio. Al igual que en los Gals Panic, cada chica del juego se presentaba en tres fases: primero de una manera formal, luego más informal y finalmente, a diferencia del juego de Kaneko, en ropa interior. Ello se lograba alcanzando la puntuación marcada en función de las cartas que obteníamos, cosa que no era nada sencilla pues aquí, como en el mundo real, el azar tenía mucho que decir, así que era más una cuestión de suerte que de habilidad. El «detalle» era que, al lograr el objetivo final, podíamos hacer uso del botón de acción para «dar placer» a la joven que, entre gemidos, disfrutaba del momento. No quiero imaginarme qué situaciones se debieron dar en los salones arcade de entonces cuando, de repente, se escucharan dichos sonidos mientras que otros jugadores estuvieran a lo suyo, aunque siendo un juego que no salió (al menos de forma oficial que yo sepa) de un país como Japón, que es el mayor consumidor de porno del mundo, tampoco creo que, al contrario de lo que hoy podría pasar, nadie se escandalizara.

Pero dejemos a un lado el tema para hablar del otro punto: la violencia, aspecto que sí está presente de una manera o de otra en muchos juegos. Los ejemplos más famosos de esto puede que sean las sagas Doom y Mortal Kombat, que en sus respectivos géneros han mostrado de una forma cruda la muerte propia (del jugador) o ajena (del rival o enemigo controlado por la máquina) y fueron por ello objeto de fuertes polémicas que todavía resuenan a día de hoy. Pero no fueron los únicos, como nos demuestra el también polémico Carmaggedon y sus mortales atropellos que, a diferencia de los primeros ejemplos, no era algo que estuviera justificado por la acción sino que estaban «de adorno». Un «gore» gratuito que se convirtió, muy por encima de otras cosas como los gráficos y la jugabilidad, en su mayor reclamo.

Aunque para hablar de esto último, y volviendo a los arcade, hace ya tiempo descubrí un título que, en mi opinión, deja en pañales a todo lo que estos y otros juegos en los que la sangre y las vísceras estaban presentes ofrecían: Chiller, un juego en el que parece que nuestro único objetivo es destrozar, sin una razón o motivo concretos, a los pobres desgraciados que, encerrados en una sala de torturas, aguardan su final a nuestras manos. La mecánica es simple: solo tenemos que pasar el puntero por encima de su cuerpo o sobre alguno de los ingenios de tortura y dar al botón de acción para ver cómo todo empieza a teñirse de rojo y múltiples trozos de carne inundan el suelo de la sala. Tal vez sí que exista un objetivo determinado después de todo pero lo cierto es que yo jamás lo llegué a descubrir.

Juegos como los aquí mencionados hoy serían en su mayoría objetivo de la censura en buena parte o en su totalidad merced a la estricta regulación existente. Por suerte (o por desgracia, según se mire) los que vivimos los tiempos en los que vieron la luz no estábamos sometidos a ningún férreo control y pudimos, en algún momento, conocer y disfrutar de este material. Lo cierto es que yo nunca tuve ocasión de jugar en su época ni al Poker Ladies ni al Chiller y posiblemente fuera porque, al menos aquí en mi ciudad, ningún dueño de un salón recreativo los conocería o nunca se atrevió a que estos juegos estuvieran en su local por si algún progenitor que entrase con sus vástagos ponía el grito en el cielo al verlos… o algo más, pero ahora que los conozco estoy seguro de que me habría acercado a ellos sin ningún problema porque a fin de cuentas, como todo el mundo decía entonces y se pensaba al menos en mi entorno, los videojuegos eran «cosas de niños»…

¿O tal vez no?

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