Cualquier jugador de los años 80 sin duda recordará a Taito Corporation, una compañía que, si bien sigue en activo como parte de Square Enix, ya por aquel entonces dejó tras de sí un impresionante legado de juegos repleto de joyas que siguen siendo, a día de hoy, clásicos atemporales como Space Invaders, Arkanoid, Bubble Bobble, Rastan o aquel al que voy a dedicar este post, el magnífico The New Zealand Story.
La «máquina del pollito» como muchos la conocimos es uno de los juegos más simpáticos y adictivos de los que tengo recuerdo. Y contaba además con un apartado técnico increíble, con enrevesadas pantallas de enorme tamaño llenas de una gran variedad de enemigos. Nuestro objetivo en el juego era rescatar a nuestros compañeros, secuestrados por una enorme morsa y de cuyo saco logramos saltar en el último instante como se puede ver en la pequeña secuencia animada que da paso al inicio de cada partida. Para conseguirlo nos moveremos a pie, dando saltos, volaremos en vehículos de los que luego hablaré e incluso nos sumergiremos en las aguas, debiendo salir a tomar aire cada cierto tiempo si no queremos ahogarnos.
Armados en principio con un arco, dispararemos flechas infinitas sobre cualquier bicho raro que se nos acerque. No podemos dejar que se aproximen mucho porque aunque el contacto directo con ellos no nos hará nada en la mayoría de los casos, aquello que nos lancen sí lo hará y, como era habitual en la época, moriremos al primer toque. Tendremos que llegar a un punto concreto del mapa, indicado en un pequeño gráfico situado en una esquina y que nos servirá como guía, en el cual uno de los compañeros aguarda a ser rescatado. Debemos darnos prisa y no entretenernos ya que no disponemos de tiempo infinito para completar cada pantalla y, si tardamos demasiado, un pequeño demonio aparecerá y nos perseguirá sin descanso hasta que logre darnos caza, con el resultado que ya os imagináis.
Podremos no obstante conseguir otras armas como bombas de corto alcance, una especie de báculo con el que lanzar bolas de fuego que rebotan por todas partes y que nosotros llamábamos «el bastón» o, por supuesto, la pistola de rayos láser, la mejor arma del juego. Estas aparecerán a medida que vayamos matando enemigos, mezcladas con los items en forma de frutas y otros objetos útiles de los que hablaré a continuación. Curiosamente, algo que nos puede ayudar en ciertos momentos si tenemos vista es que tanto la secuencia de aparición de las frutas como de los propios items no es aleatoria. Está prefijada, y ello nos permite si así lo queremos tomarnos un poco de tiempo para buscar el arma u objeto que buscamos.
Algunos de estos objetos de ayuda son el reloj, cuya función es la de parar durante varios segundos toda la acción, el libro que destruye a todos los enemigos visibles en pantalla o uno de los a mi juicio más útiles, el «joystick» o mando de control, que nos permitirá hacer uso de los vehículos voladores sin tener que mantener presionado el botón de salto para hacerlos ascender. Tenemos a nuestra disposición una buena variedad de estos y cada uno cuenta con sus propias características de velocidad y resistencia. Tan solo uno de estos vehículos, una especie de nave espacial que también dispara láser, no requiere del mencionado objeto para ser manejada libremente. Ah, y no podemos olvidar la posibilidad, como en el Bubble Bobble, de ir cogiendo letras con las que construir la palabra «EXTEND» y obtener así una vida extra.
No cerraré el tema de la jugabilidad que, como sabéis, es donde más me «enrollo» siempre, sin hablaros de los portales. The New Zealand Story es un juego mucho más largo de lo que podría parecer a simple vista y no es nada fácil de completar. Sin embargo, cuenta con una serie de atajos en forma de portales que nos permiten acceder a zonas secretas o saltarnos algunas de las pantallas. Algunos de los portales están abiertos de inicio pero otros están ocultos en el escenario y solo los descubriremos si disparamos varias veces seguidas contra ellos. Haciendo un inciso, si queréis saber si influye para el final del juego el haber rescatado a todos los compañeros, no puedo ahora mismo daros una respuesta segura pero creo que no.
Hablar de The New Zealand Story, tanto en lo visual como en lo sonoro, es retrotraernos a otro clásico, Rainbow Islands, del cual hablé hace un tiempo en este blog. Y es que ambos juegos siguen un mismo patrón en lo que se refiere al gusto por el detalle, tanto en los escenarios como en los enemigos y a la inmensa variedad de ambos. Y también, como en el caso de la secuela del Bubble Bobble, un único tema musical será el que suene en casi todas las pantallas. A pesar de ello, jamás se nos hará pesado el escucharlo porque, además de ser una melodía muy simpática, la mayor parte del tiempo estaremos demasiado centrados en nuestro avance como para prestarle más atención de la necesaria.
Si queréis mi opinión sincera sobre The New Zealand Story os diré que este no es uno de esos juegos que, como se suele decir, o lo amas o lo odias. A la obra de arte que Taito creó en 1988 solo se la puede amar porque no tiene ni un solo punto negativo. Te puede gustar más o menos, incluso no hacerlo pero no importa porque, objetivamente hablando, estamos frente a un producto perfecto, sin la más mínima fisura. Nada le falta y nada le sobra, y es por eso que tantos de quienes lo conocimos en su momento guardamos tan grato recuerdo de él. Es más, sigue siendo una delicia jugarlo y es todo un ejemplo de lo que debería ofrecer un juego de estas características ayer, hoy y siempre.
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