Hace mucho tiempo hablé de las experiencias de una sola vez, aunque por motivos muy diferentes a los que hoy tengo para escribir este nuevo post de opinión. Una vez más se pone de manifiesto el devenir de la experiencia y cómo esta nos moldea, cambiando nuestra percepción de las cosas. En este caso y por la parte que me toca, en relación a cómo vivo aquellos títulos que ofrecen múltiples caminos en base a las elecciones que vayamos haciendo, abriendo con ello la puerta a diferentes finales…
Antaño yo era de sacar todo el jugo a un juego, lo cual implicaba rejugarlo de distinta forma sin tener en cuenta si las acciones a realizar casaban o no con mi manera de pensar. Al fin y al cabo, no dejan de ser retos que el jugador tiene que tratar de superar pero aquí entra en juego la parte emocional, la que nos conecta y genera empatía o desagrado hacia el mundo en el que estamos y sus personajes. Y estaréis de acuerdo conmigo en que no nos podemos sentir igual de bien siendo bénevolos que desalmados y despiadados, por mucho que pensemos que todo es ficción porque más pronto que tarde, máxime cuando se trata como dije de títulos que consiguen meternos de lleno en sus mundos, acaba aflorando quiénes somos.
The Elder Scrolls IV: Oblivion fue, sin duda, mi juego de la generación Xbox 360/PlayStation 3, al que más tiempo y ganas dediqué, lo que conllevó la creación y desarrollo de múltiples personajes. No obstante, solo uno de ellos hice que fuera verdaderamente malvado y si bien sembrar el caos por Cyrodiil me pareció divertido en ciertos momentos, al final me cansé y lo olvidé por completo. Algo parecido he hecho con Starfield, si bien en este caso las múltiples veces que he vivido la historia ha sido con el mismo personaje pero siempre, siempre, comportándome de la misma manera porque no sabría hacerlo de otra.
En cuanto a historias más definidas, más lineales, los dos primeros Bioshock fueron títulos que me gustaron mucho, razón por la que quise exprimirlos al máximo y conocer todas sus posibilidades. Ello me llevó, como es obvio, a experimentar las dos caras de la moneda, el bien y el mal. Y nuevamente, no disfruté igual este segundo caso que el primero porque, más allá de mi percepción propia de los acontecimientos, lo hice de manera forzada por el mero hecho de sacarlo todo.
Todo eso ha quedado atrás y buena prueba de ello son, entre otros, mis dos títulos más recientes: Atomfall, el cual todavía no he terminado y Robocop: Rogue City, del que tendréis un completo análisis dentro de poco. En ambos, y sin ánimo de destripar nada, he tomado las decisiones que he considerado más justas, evitando el conflicto en lo posible, porque es así como soy. Y no tengo la menor intención de descubrir qué pasaría si tomara una senda distinta porque sé muy bien que no me iba a gustar lo que experimentaría. En consecuencia, he decidido elegir un único camino, el que quiero recorrer. Los demás ahí quedarán para el que decida seguirlos como hacía yo años atrás por verlo todo o, simplemente, porque son lo que disfrutan como bien demuestra el éxito de la saga GTA, a la que yo jamás me acercaré por muy buena que se la considere en cuanto a sus posibilidades y apartado técnico.
Bien sea por dar al jugador esa libertad que antaño no era posible o por alargar la vida útil del juego, es muy habitual a día de hoy encontrar títulos que, en su desarrollo, obligan a tomar decisiones que marcarán el futuro devenir de la historia y cómo los demás nos verán en ella. Antaño habría querido descubrirlas todas pero ya no es ese mi objetivo. Ahora disfruto más la experiencia eligiendo, al igual que hacemos en la vida real, un único camino con sus consecuencias propias, buenas o malas, sin volver atrás. Y si alguna vez siento curiosidad, ahí están las plataformas de vídeo online como YouTube para satisfacerla…
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