La frase que da título a este artículo y muchas otras de carácter similar todos las hemos pronunciado en alguna ocasión cuando, guiados bien por opiniones de terceros o por los análisis de algunos medios, hemos adquirido un determinado juego que nos ha llamado la atención o esa supuesta joya de la que se hablan maravillas y hemos descubierto, para nuestra desgracia, que se trata de algo totalmente opuesto a lo que esperábamos.
Pero esto ha sido así siempre, si bien antes errar en una compra era mucho más habitual que ahora a causa de la escasa información de la que solíamos disponer. En los años 80 las carátulas nos llevaban a engaño porque a menudo presentaban una ilustración muy chula que poco o nada tenía que ver con lo que se podía ver luego en el juego. Nos fiábamos más en principio de las capturas de su parte posterior, esas que al menos los usuarios del Amstrad CPC vimos luego durante cierto periodo que tampoco se correspondían con la realidad. ¿Quién de entre los que disfrutamos de este sistema no recuerda haber visto una o varias fotos y a continuación el famoso mensaje «Pantallas versión Amiga» que por entonces casi nadie leía?
En la segunda mitad de la década de los 90, con la generación de los 32 bits comenzaron a aparecer las primeras «demos» jugables que servían para probar el juego antes de su compra, una práctica por cierto habitual en las tiendas pero que fue poco a poco desapareciendo con el paso del tiempo. Estas «demos» hicieron mucho bien porque nos permitían (y lo siguen haciendo) hacernos una idea de lo que ofrecería el producto final. En la actualidad han sido en su mayor parte sustituidas por versiones «beta», abiertas al público o cerradas (solo para usuarios registrados), que cumplen la misma función pero solo durante un breve espacio de tiempo, con todo lo que ello implica para el que no esté al tanto de las mismas.
Sin embargo, aun así podemos «caer» y arrepentirnos luego, en buena medida porque ese criterio que (casi) todos tenemos se puede ver alterado por culpa, en esta ocasión, del exceso de información. Si una gran cantidad de personas, prensa incluida, comparte su predilección por un determinado juego, se tiende a pensar que no pueden estar todas equivocadas, que tiene que ser bueno. Pero eso no implica que debamos verlo así y a pesar de ello a veces nos lanzamos para terminar dándonos un buen tortazo contra el duro muro de la realidad.
En mi caso el último lo recibí con el alabado, vitoreado, aplaudido, idolatrado y endiosado Dragon Ball FighterZ. Es fácil que muchos no estén de acuerdo con lo que voy a decir pero así es como yo lo percibí después de hacer algo que nunca suelo como es el ignorar mi propio instinto y, sin más información que lo visto y leído en la red, diera un «salto de fe» y lo comprara, eso sí, de segunda mano para comprobar si realmente era tan bueno como lo pintaban. Y si bien en principio así parecía porque, seamos honestos, técnicamente es el mejor juego de Dragon Ball que se ha hecho nunca, cualquier atisbo de positividad que pudiera sentir se desvaneció por completo cuando me puse a los mandos y comencé a jugarlo. Su manejo me pareció tan sumamente horrible que, tras disputar tres combates, lo quité, lo saqué de la consola y lo llevé de nuevo a la tienda, donde lo cambié por otra cosa.
He hablado de dos perspectivas, la de sentirnos engañados por la falsa apariencia de un producto y la de hacerlo por cuanto de bueno se dice de él. Caminos diferentes, sí, pero que concluyen en un mismo punto: haber realizado una inversión económica cuya ilusión ha terminado convertida en frustración. Y no es algo, por supuesto, exclusivo de los videojuegos y a mí personalmente me ha pasado más de una vez con películas o discos de música que he comprado después de escuchar su, digamos, «tema estrella» en la radio y he descubierto que era el único que merecía la pena.
En un mundo como el actual, rebosante de estímulos, es evidente que queremos estar lo más y mejor informados posible antes de adquirir un producto siempre y cuando no sea algo que sabemos, ya sea por el instinto antes mencionado o porque lo conocemos bien, que no nos va a defraudar. Pero nada de lo que hagamos nos va a librar de cometer un nuevo error y, como tantas otras veces, cuando menos lo esperemos nos hallaremos de nuevo en una situación en la que nos echaremos las manos a la cabeza y nos preguntaremos qué hemos hecho…