Principios de los 90. Estoy en un salón recreativo del centro de la ciudad. Allí hay multitud de máquinas recreativas típicas, muebles verticales con dos mandos, a veces cuatro, que muestran juegos variados pero que, a pesar de esto, comparten un detalle en común: todos tienen gráficos bidimensionales. Sin embargo, aquel día iba a ser diferente pues justo en el centro se situaba un arcade de conducción que, en aquel instante, lo cambiaría todo. Ese juego, que simulaba el manejo de un coche de fórmula 1 y lo hacía de una manera que jamás hasta ese momento ninguno había logrado, captó de inmediato mi atención. Sí, amigos, delante de mí se encontraba uno de los grandes éxitos recreativos de Sega de aquellos años, Virtua Racing…
Construido con los, por entonces, bastante desconocidos gráficos poligonales, la sensación de tridimensionalidad era sublime, la cuál se acentuaba si se utilizaba la cámara interior. Realmente, cuando corrías en uno de los tres circuitos disponibles, detalle que se convertiría en la marca de la casa para juegos posteriores, parecía que estabas realmente allí. Poco importaba que las formas de los coches y demás elementos fueran sumamente simples y carentes de todo detalle pues ni el mejor de los sprites podía conseguir la misma sensación de libertad de movimientos ni nos permitía cambiar de punto de vista con una transición tan suave y sin que la acción se detuviera ni por un instante.
Quién iba a imaginar que dicho “monstruo” iba a llegar a los hogares de todo aquel que comprase la fantástica versión que se desarrolló para Mega Drive, eso sí, a un coste a la altura de la misma porque Virtua Racing salió a la venta al “módico” precio de 18.000 pesetas, lo que a día de hoy vendrían a ser, más o menos, unos 108 euros. Yo lo adquiriría tiempo después por 13.000 cuando en una conocida tienda, ya desaparecida (y no, no hablo de Centro Mail), lo pusieron de oferta.
Ya había visto imágenes del juego en las revistas pero, cuando lo puse en marcha en mi consola, mi emoción fue tal que me resultó imposible ponerme a jugar de inmediato. Estaba asombrado, abrumado, anonadado por aquella versión casi perfecta del arcade. Sí, había diferencias, por supuesto que las había pero solo a nivel gráfico porque al juego no le faltaba nada. Tenía todos los circuitos, a los que, además, se podía jugar en “modo espejo”, y se podían usar las cuatro cámaras originales: la estándar con el culo del coche más próximo, la que se alejaba del mismo un poco para abarcar más campo de visión, la que nos situaba a vista de pájaro y la interior, que mostraba incluso las manos del piloto moviéndose en la dirección en la que giramos. Todo esto se mantuvo incluso en el modo para dos jugadores a pantalla partida, fuente inagotable de piques entre los amigos que venían a jugar a mi casa…
Pero, ¿cómo fue posible trasladar un juego de esta índole a un sistema de 16 bit como la Mega Drive? Obviamente, la máquina nunca fue diseñada para este propósito y no estaba por tanto preparada para gestionar polígonos, por lo que se hizo necesaria la creación y posterior utilización de una tecnología que permitiría obrar el milagro, eso sí, encareciendo el precio final del producto: el chip SVP (Sega Virtua Processor), que sería en última instancia el encargado de mover y poner en pantalla aquellos gráficos con magnífico resultado. Por desgracia, la experiencia a nivel económico no fue, como ya he dicho, la más deseable de cara al consumidor y dicho chip jamás volvería a ser usado. Todavía a día de hoy yo fantaseo de vez en cuando sobre qué podríamos haber visto en la consola si el susodicho chip no hubiera sido abandonado. ¿Os imagináis una versión del Virtua Fighter, la cuál la 32X sí llegaría a tener, o quizá un proyecto exclusivo? Quién sabe lo que podía haber dado de sí esa pequeña maravilla integrada en la parte superior del cartucho si tanto por la industria como por los usuarios se le hubiera dado más tiempo y confianza.
Virtua Racing es, seguro, para muchos injugable en la actualidad, dadas sus limitaciones técnicas y de contenido. Pero fue, al igual que sucedería poco tiempo después en el género de la lucha con Virtua Fighter, un pilar básico para tener hoy los juegos que tanto maravillan a quienes disfrutan las propuestas modernas. Pienso que, si se siente amor por los videojuegos, qué menos que conocer esta joya y otorgarle el respeto que se merece. Se me hace difícil describir este juego en una sola palabra pero creo que la que mejor lo define es revolucionario.